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Las memorias de Miguel


Santiago García Coronado


Como el fútbol, la vida es una composición llena de momentos únicos. El balompié, un deporte tan pasional, lleva a todos sus actores a momentos de exaltación inexplicable o tristeza irremediable. Los aclamados son siempre los que alcanzan la gloria y los recordados los que tienen su nombre en las copas y en los planteles ganadores. Sin embargo, dentro de su inmediatez, el fútbol es un deporte que olvida a corto plazo, para recordar, después, con nostalgia.


De “mutuo acuerdo”, terminó saliendo Miguel Ángel Russo de Millonarios, después de dos años, de conseguir dos títulos que, aparte, para la hinchada del equipo azul tienen un sabor especial… Y un año 2018 para el olvido, después del 7 de febrero, a media noche.


Por ello, es necesario hablar tanto de los aciertos como de los pecados de Russo, las virtudes que lo pusieron en lo más alto del Fútbol Profesional Colombiano hace un año; y los errores que hoy cobran su salida del club capitalino.


Russo llegó a Millonarios en 2016, durante lo últimos días del año, en un diciembre marcado por varias situaciones extrañas: el club embajador quedó eliminado en los cuartos de final de la Liga Águila, ante Atlético Nacional en la ciudad de Medellín, pocos días después del accidente aéreo del plantel de Chapecoense, cuando Diego Cocca era el DT albiazul… Cocca terminó yéndose en medio del desdén de la hinchada, luego de renunciar por teléfono y escribir una carta, en Twitter, desde Buenos Aires. Su ex club, Racing de Avellaneda, lo sedujo con una oferta que fue suficiente para él y para que tomara la decisión de dejar, luego de sólo cuatro meses, el banquillo de Millonarios.


Para muchos, con base en lo acontecido después, Cocca le hizo un favor al club en aquel momento, ya que el sucesor fue nada más y nada menos que Russo, el técnico campeón de la Copa Libertadores con aquel gran Boca Juniors del 2007; ese que ganó 5-0 la final ante Gremio de Portoalegre, con superioridad total. Russo llegó con los pergaminos, el palmarés y la expectativa. Por eso, llenó de forma casi inmediata la expectativa albiazul; en el primer semestre bajo su mando, Millonarios se metió a semifinales, haciendo una campaña espectacular de local, goleando en El Campín al América y a Independiente Santa Fe, en una semana, ganando con claridad sus partidos y jugando de forma aplicada y pragmática en condición de visitante, cayendo sólo en el último minuto de la serie previa a la final, ante Atlético Nacional.


Seis meses más tarde, y con un plantel que hasta la mitad de torneo parecía no encontrar el camino, tuvo un renacer futbolístico magistral desde los resultados, pasando por la eficacia de su sistema de juego; venció a Once Caldas y a Cali, de forma contundente, en Bogotá; superó a Equidad, con lo justo, en cuartos, para después dejar fuera, en semifinales, al América de Cali, en un partido de ida realizado en el Pascual Guerrero, que los hinchas azules difícilmente olvidarán.


Así, el mejor escenario para la consagración de Miguel Ángel Russo no pudo ser otro que un clásico capitalino, en plena final del fútbol colombiano, donde Santa Fe cerraba de local, siendo un equipo que se había mantenido, durante todo el torneo, en los primeros puestos de la tabla. Parecía que el escenario era ideal para que el cuadro cardenal se alzara con su décima estrella, superando al rival azul de toda la vida. Sin embargo, ese Millonarios dirigido por Russo fue práctico, contundente y, en un partido parejo, pegó cuando debía, para ganar 3-2 en el global (1-0 en la ida y 2-2 en la vuelta), alzándose con la estrella número 15, tras una sequía de cinco años sin el máximo premio del fútbol nacional.


De esa forma, en un Campín que no permitía contar con el aliento de su hinchada, pero sí con los jugadores como compañía ideal, Miguel Ángel Russo se convirtió en el ángel que la hinchada albiazul había estado esperando; y asumió ese rol mientras alzaba el título, al tiempo que guardaba silencio sobre el cáncer que padecía y que lo alejaría algunos meses de las canchas, inmediatamente después de la obtención de la estrella.


Siendo su mano derecha, Hugo Ernesto Gottardi se hizo cargo ¿El primer reto? La definición de la Superliga, ante un Atlético Nacional que estrenaba técnico, el argentino Jorge Almirón, quien incluso fue dirigido por Russo cuando aún era futbolista.


Una vez más, algo que parecía imposible para Millonarios, ya que nunca ganaba en el Atanasio Girardot, se materializó: Gottardi, con un planteamiento que orquestó de la mano de Russo, a la distancia, consiguió ganar un nuevo título en cuestión de días, esta vez en Medellín, de nuevo sin presencia de la hinchada azul… Para el conjunto capitalino, el 2018 y sus grandes expectativas, aunque sin saberlo, terminaron a la media noche de ese 7 de febrero, en la capital antioqueña.


Los aciertos de Russo, que incluían la promoción de juveniles, una táctica construida de acuerdo al rival y los conceptos que fortaleció, como la posesión y el juego en largo, de forma precisa, se diluyeron ante una época en la que Millonarios ganaba, a veces de visitante sin su hinchada, mientras en Bogotá dejaba ir puntos ante equipos de mucha menor envergadura, después del regreso al banquillo del entrenador argentino.


La Copa Libertadores fue una combinación de resultados inesperados, tanto positivos como negativos, la caída en Venezuela ante un Deportivo Lara que en Bogotá se vio muy inferior al cuadro embajador, quedó en el paladar del hincha azul como el amargo sabor que pudo significar una clasificación a octavos si se hubiese ganado ese partido; pero la Copa Libertadores dejó un pequeño consuelo: la victoria épica ante Corinthians en Sao Paulo y la clasificación a la Sudamericana, tras haber quedado fuera de las rondas finales de la Liga Águila, luego de dos años y medio presente en las fases decisivas.


La Sudamericana, lamentablemente, no fue diferente: después de aplastar a un General Díaz paraguayo que no fue amenaza, cayó ante Santa Fe en un doble partido inédito por torneos Conmebol. Perdió desde los penaltis, luego de la ineficacia de sus delanteros, que encontraron las opciones para ganar durante la serie, pero que las dilapidaron de forma escandalosa. En el torneo local, ya en el remate del año, el panorama fue dramático: Millonarios terminó ganando un solo partido en Bogotá, durante todo el semestre, incluyendo Liga y Copa, dentro de la cual llegó hasta semifinales, siendo eliminado, en casa, ante el aplicado Once Caldas guiado por Hubert Bodhert.


La eliminación en la Liga Águila, el sábado anterior frente al Atlético Huila –lo que acontezca en el clásico bogotano ya no tendrá relevancia alguna– fue la crónica de una muerte anunciada. En ese juego, Russo insistió, como todo el semestre, con jugadores como el argentino Hauche, que llegó desde México a pedido del DT, pero que nunca encontró su nivel de juego, siendo en muchas ocasiones “invisible” en el campo; y otros como Barreto, que volvió al club albiazul después de su paso por el fútbol de Portugal, con la expectativa de que tendría madurez y mejoras futbolísticas… La respuesta, sin nada relevante, resultó en decepción para la hinchada. Ellos, junto a Eliser Quiñones, se convirtieron en los chivos expiatorios del mal juego del equipo capitalino.


El sistema táctico fue leído y controlado por la mayoría de los clubes que Millonarios enfrentó. El módulo 4-3-3 con el que salió campeón dos veces, ya no sorprendía a ningún equipo, ni fuera ni en Bogotá, donde los rivales, con buenos planteamiento defensivos, doble línea de cuatro y salida rápida al contraataque, le arrebataron los puntos una y otra vez. Miguel Ángel Russo parecía no tener ideas que le generaran revulsivos y respuestas al equipo.


Retomando el juego de Neiva, en él se vio reflejado, una vez más, todo lo que tenía mal el equipo: nerviosismo, desespero, falta de ideas, sumado ello a la lentitud del retroceso defensivo y a la imprecisión, tanto para controlar, como para pasar el balón entre compañeros. Russo, tal vez por lo conseguido al comienzo, hizo méritos para continuar medio año más al frente del equipo. Sin embargo, el momento de salir se materializó y ahora, se supone, hay que darle un nuevo aire al cuadro albiazul. Lo único cierto, por ahora, es que una sensación de incertidumbre se cierne sobre el club, dado que no parece haber candidatos con los pergaminos para superar la vara que, con los títulos de Liga y Supercopa, dejó Miguel Ángel Russo.


Queda la oportunidad, como colofón, de despedirse del adiestrador argentino, cuando ya no hay vuelta de hoja. El hincha azul, pese al panorama poco claro, tiene la chance de darle un adiós, este domingo, a Miguel Ángel Russo, precisamente ante el rival de patio, al mismo que derrotó para conseguir un momento único de gloria, impregnado por el amor de muchos de los que hoy, entre gritos de salida y desasosiego, han olvidado aquellos logros. Así es el fútbol.

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