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Sabor a nada

Por: Carlos A. Pérez Domínguez


¿Qué es empatar? ¿Es un acto de justicia? ¿Un consuelo? ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? Habrá quienes digan que es una cuestión de perspectiva. Empatar, en el epílogo de un partido donde se está en desventaja, es como ganar. Por el contrario, hacerlo después de ir ganando, es como perder.


El fútbol es uno de los pocos deportes que permite el empate. Por lo general, en la mayoría de disciplinas deportivas existe un ganador y un perdedor; alguien a quien felicitar y exaltar, y alguien a quien recriminar o consolar. Éxito y fracaso son los polos opuestos, y únicos, de ese péndulo.

Bajo esa lógica, los "gringos", que siempre intentan imponer su visión de las cosas, se inventaron en la década de los años 90 el shoot-out, una modalidad para dirimir los partidos que terminaban en empate, dentro de la naciente MLS, y que consistía en una tanda de penaltis que se ejecutaba a 32 metros del arco. Una vez el árbitro pitaba, el cobrador tenía 5 segundos para rematar.


Al final, el invento sólo fue una nube de verano, en palabras de Dostoievski, pues se implementó durante apenas cuatro temporadas. Pero en el fondo, dejaba ver el sinsabor y el anhelo de encontrarle una solución al tibio empate.


La palabra empatar viene del latín pactare, que significa pactar o quedar en paz. Pero, ¿quién quiere quedar en paz en un juego donde lo que se busca es mostrar superioridad ante el adversario y, de esa manera, ganar? Empatar por empatar -como le sucede últimamente al Junior de Barranquilla en la Liga profesional colombiana- es tan insulso que raya en la desidia.

“Qué aburrido es ver hoy en día partidos del Junior. Me sabe a caca ese invicto aburrido, conseguido a punta de empates mediocres en casa y por fuera”, escribió en su cuenta de Twitter el escritor y reconocido cronista barranquillero, Alberto Salcedo Ramos.


Y es verdad. Fastidia. Un empate, por lo general, no produce emoción. Es algo así como “sí, pero no”, deja todo abierto, a medio camino; preocupa, pero esperanza. “Saldremos del bache, estoy seguro”, dijo el técnico tiburón, Luis Fernando Suárez.


Esa consigna es incierta: puede ser verdad, pero también mentira. Así es el empate. Deja todo en el limbo. A un estratega que haya perdido seis partidos seguidos, seguramente lo echan, pero cuando en vez de perder empata, ¿qué se debe hacer?

La esperanza del hincha se basa en la idea de ganar. También está presente el miedo a perder. Lógico. Pero nadie se levanta emocionado, esperando que su equipo empate. Eso sería algo así como bañarse en la piscina, mientras a unos cuantos metros, se observa y se tiene acceso al maravilloso mar.

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